domingo, 16 de agosto de 2015

Demasiado humano II

OHSIS, NIETOS, VAMOS DE A POCO Y ENTRE EL CUADERNO CENTRAL, QUE HABLA DE OTRAS COSAS, ¿RECUERDAN?
Mi viaje duró siete años, queda en un trabajo publicado hace mucho y en las miles de notas que hice en el camino. ¿Cómo traducirlo a una veintena de cuartillas? 
Vamos ahora a noviembre de 1517. En la bahía de Santiago de Cuba se topan dos del medio centenar de navíos que en el año cruzan el océano. Los hombres, mujeres y niños* del que llega hicieron el viaje entre las especies esparcidas por la Península, situando en estas regiones toda clase de maravillas. Para ellos la travesía no aminoró el impacto de este universo por entero otro. 
Pudieron intuirlo cuando en la alegórica nada del Atlántico, que da la impresión de no tener término ni tiempo; tanto más dilatado cuanto mayor lo vuelven los petulantes comentarios de la tripulación, a la altura del Mar de los Sargazos pareció partirse en dos: detrás el anuncio de los familiares vientos del invierno europeo; al frente "aires muy dulces, como en abril en Sevilla".
Perdonen que haga un breve paréntesis anunciándoles la travesía de Brian O ´Donnell y sus compatriotas irlandeses tres siglos después, con destino a los para nosotros hoy inexistentes Estados Unidos. Habrá ya barcos a vapor y los viajeros penaran todavía más que los llegados a Santiago en este otoño.
Hace un par de semanas los efluvios cálidos, anuncio de la viruela de archipiélagos cuyo adelanto apareció de pronto bajo la más gruesa luz que imaginarse pudieran, con sus jugosos, insolados colores de duro contraste, en medio de chaparrones o violentas tempestades.
Entonces y de ser directo el crucero, esta costa norte de Cuba, una isla de tamaños que los europeos no vieron antes. Aguas de tibio verde e increíble transparencia, a través de selvas de corales o esponjas o madréporas, fondos y restingas de “azafrán, de añil o de púrpura”, “con claridades de alabastro”, donde juegan peces y moluscos conocidos y no, “como gallos, de las más finas colores del mundo, azules, amarillos, colorados (…) y otros pintados de mil maneras”(1).
Sí, todo asombra a los andaluces, extremeños y demás que hacen la aventura. Lo hace a grados incalculables, pues aquí todo es "tan “diforme (...) como la noche al día”, en relación al Viejo Mundo, que por cierto nuestros adelantados no conocen, pues su vida transcurría en un radio de cinco kilómetros, promedio. 
Los menos pueden meter el pasmo en las novelas de caballería que enloquecerán a Don Quijote y en estos tiempos están en pleno auge. Los menos, subrayo, pues el primer libro impreso en la España recién inaugurada por los Reyes Católicos se publicó justo durante el año del primer viaje colombino, dos décadas atrás, y quitando a unos cuantos, los "españoles son analfabetas. Cierto que la costumbre es ya reunirse para escuchar las lecturas de quienes manejan el revolucionario instrumento, y aun así se tratamos con un fenómeno muy reciente. De hecho las andanzas de los fantásticos caballeros inician el camino al éxito apenas en 1508. Quien hará la gran crónica sobre la conquista de Mesoamérica, por ejemplo, se haya ya en Cuba y escribirá en aquella: "nos quedamos admirados y decíamos que parecían a las cosas de encantamiento que cuentan en el libro de Amadis" de Gaula. Y será costumbre bautizar tierras americanas con escenarios o personajes caballerescos, como los que dan nombre al Amazonas. 
SIGUE





1. Las imágenes las tomamos de Alejo Carpentier y del propio Colón.   
Cinco siglos después el exotismo del Cuarto Continente es una máxima semi clandestina. Lo es al menos desde la aristotélica perspectiva que se renueva sin pausa: al sur de los trópicos la vida resulta una paradoja.